19 septiembre 2009

Política de categoría


Recuerdo cómo en Septiembre del 2002 el canciller Gerhard Schröder ganó su reelección, cuando parecía ya perdida, gracias a unas providenciales inundaciones que le cayeron del cielo en plena campaña. Era verano, y con el calentamiento global y el frío de unas borrascas, pues llovió un montón en Alemania. Natural.

Así que el candidato puso cara de Charlton Heston, se calzó unas botas altas de goma, cogió una pala, separó las aguas del Elba como si fueran las del Mar Rojo, echó la culpa al CO2 y ganó las elecciones por los pelos (o por el chubasquero tan impermeable, verde e impresionante que llevaba).

Importa mucho el tiempo en las votaciones.

Luego, al cabo de unos años, el canciller se aburrió del puesto, se lo dejó a Angela Merkel y se puso a trabajar para el Gazprom de los rusos. Y allí sigue desde hace años, entre gases fósiles, este campeón de los cínicos.

Se cuenta que la histérica historia del calentamiento global nació en el verano de 1988 en Estados Unidos, cuando a los periodistas y políticos de Washington y Nueva York les tocó pasar un verano agobiante. James Hansen, de la NASA, abrió entonces el programa con un famoso informe en el Congreso.

En este verano de 2009, en cambio, la temperatura media ha sido allí más baja de lo normal, al igual que en la mayor parte del país. Así que el propio partido demócrata ha decidido dejar para más adelante la Ley del Clima, o como se llame, que pretendía aprobar antes del mundial de Copenhague.

Temperatura media en Estados Unidos, Junio-Agosto, desde 1895 hasta 2009.

Las curvas de temperatura en aquel país dicen lo que dicen, que no hay una aceleración del calentamiento, sino más bien un cierto enfriamiento y que este año es probable que en Estados Unidos la temperatura media quede por debajo de la media histórica.

No está el tiempo para sacar el chubasquero. Mejor esperamos.