CCS son las siglas de lo que se llama en inglés carbon capture and storage, que traducido al español sería captura de carbono y almacenamiento.
Ante el imparable incremento de la producción global de electricidad producida con carbón, cuya quema, para ésta y otras actividades como la fabricación de acero, provoca ya el 42 % de todas las emisiones globales de CO2 (frente al 37 % el petróleo y 21 % el gas natural), tanto los gobiernos de EEUU como de la Unión Europea, promueven el desarrollo de la tecnología CCS: captura del CO2 en las centrales térmicas y su transporte y almacenaje en yacimientos subterráneos.
A las subvenciones gubernamentales para la puesta en práctica de esta tecnología se oponen los partidarios de la energía nuclear, de la eólica y solar y, sobre todo, los que tienen y negocian con bonos de CO2, que ven peligrar su precio (15 euros/tonelada ahora). Todos ellos se oponen a la CCS porque el admitir que el CO2 se puede capturar y almacenar supone que el carbón dejará de estar demonizado y que el CO2 no tendrá el precio negativo (curiosa mercancía) que ahora tiene.
El proceso parece que es caro, pero a la larga es muy posible que la utilización del CO2 almacenado acabe dando beneficios.
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