La casa de mis vecinos.
El leitmotiv de la charlatanería climática es que las emisiones de CO2 ponen en peligro a la Tierra, a la vida vegetal y animal de este planeta, incluida la especie nuestra. Repiten incesantes que tenemos que disminuir la huella de carbono en la atmósfera. La aberración, hasta que estalla, es incansable. Parafraseando a Voltaire, esa mercancía tiene corredores que la pregonan, tontos que la creen y protectores que la apoyan.
Hace 20.000 años, durante el máximo de frío y de hielo de la última glaciación, la concentración de CO2 de la atmósfera era de unas 180 ppm, frente a las 280 ppm que había habido en el anterior período cálido interglacial, o en el que hubo posteriormente, en el Holoceno. Durante los milenios de la glaciación la atmósfera se había ido descarbonizando de una forma natural y el carbono, en forma de CO2, había pasado, por razones no del todo claras, a los océanos.
El carbono de la atmósfera no pasó a la vegetación continental durante la glaciación. Al contrario. Se sabe por estudios del polen fósil de aquella época que la vegetación en la Tierra se hizo mucho más pobre. La productividad primaria neta bajó considerablemente. Había menos selvas en los trópicos, menos bosques en las zonas templadas y muchos menos bosques también en las regiones boreales. La disminución del CO2 en el aire hacía disminuir la intensidad fotosintética de las plantas, las cuales, además, para aprovechar el bajo nivel de ese gas, abrían sus estomas y perdían más agua, demasiada.
Si se compara qué factor perjudicaba más a los bosques durante la glaciación, si el clima frío y seco o el bajo nivel de CO2 del aire, los estudios más recientes de modelos bioclimáticos indican que fue peor la falta de CO2 que el clima. Especialmente en los trópicos.
Menos mal que luego subió de nuevo el CO2 y aumentó el verde. Y miren la casa de mis vecinos: sigue aumentando.