05 mayo 2010

Aceite de oliva


Me preparo estos días espiritualmente para mi regular visita al cardiólogo la semana que viene. Tras mirarme los agujeros del cinturón, y cuál de ellos estoy utilizando, me echará la bronca. No obstante, trataré de pasar la culpa de mi engorde al aceite y, de paso, al cambio climático. Argumentaré de la siguiente manera:

No sé si sabrá usted que 100 gramos de aceite de oliva tienen nada menos que 885 kcal, mientras que, por ejemplo, la denostada hamburguesa "Big Mac" se queda en 540 kcal. Cien gramitos de aceite se los toma cualquiera, sin darse cuenta, al aliñar, con cierta generosidad, una buena y hermosa ensalada vegetariana, que no hace daño a nadie. A mí me encanta el aceite de oliva y no puedo sustraerme a la propaganda que de él se hace, tanto para aliviar los almacenes como para dar trabajo a los jornaleros del campo.

Sabe usted que, debido al cambio climático, cada vez las cosechas de aceitunas son más abundantes. A escala global, en estos últimos 20 años de desertización y de sequías, la producción de aceite se ha duplicado. Este año España tiene de nuevo un problema de sobreproducción y bajos precios porque —a pesar de que durante este invierno de lluvias los telediarios no han hecho más que mostrarnos olivares inundados y gente llorando—, la cosecha ha sido abundantísima. Según leo, sólo ha sido superada por la del 2004, cuando no hubo casi manera de recoger tanta aceituna.

Hay que adaptarse, doctor, al cambio climático. No me queda más remedio, por solidaridad, que seguir poniendo mucho aceite en mis ensaladas. Y usted sabe, además, que, para el colesterol, el aceite de oliva es bueno. Así que deje ya de mirarme.