15 febrero 2007

Las nubes importan, aunque no les guste confesarlo


Los visionarios del futuro, un puñado de meteorólogos (no miles de científicos, como hasta la saciedad nos repiten), no suelen aclarar al público qué papel juega la evolución de la nubosidad en sus predicciones de achicharramiento. He asistido a conferencias y cursos y no me he aclarado yo tampoco gran cosa, aunque me ha parecido entender que hoy por hoy las nubes son las grandes ausentes de sus juegos de tarot. No sólo porque los modelos utilizan resoluciones espaciales con rejillas demasiado grandes para captar las nubes individuales, sino sobre todo porque todavía no se conoce nada bien, ni física ni químicamente, cómo se forman las nubes.

Y las nubes son importantes. Cuando es de día, hasta el más tonto lo sabe: si hay nubes el Sol pega menos fuerte. Se calcula que la nubosidad global por término medio devuelve al espacio, por reflexión de la luz, unos 50 W/m2 (watios por metro cuadrado). Ahora bien, las nubes también retienen el calor en las capas bajas. De noche el aire superficial se enfría menos si hay nubes que si el cielo está despejado y se ven las estrellas. Se calcula que las nubes retienen globalmente y por término medio unos 30 W/m2 de radiación infrarroja, que no se escapa al espacio. Es su efecto invernadero.

En el balance, las nubes enfrían unos 20 W/m2 (cincuenta menos treinta), porque lo que reflejan es mayor que lo que retienen. Esta cifra es importante. Hace dos posts, ahí abajo, puse el gráfico del IPCC de los forzamientos radiativos antropogénicos. El IPCC atribuye al incremento del CO2 desde 1750, un forzamiento de 1,6 W/m2. Así que una evolución de la nubosidad global a más o a menos, por pequeño que sea el porcentaje, tiene un efecto, de calentamiento o de enfriamiento, superior al del incremento humano del CO2.

Las nubes son vapor de agua condensado. Pero no sólo eso, pues las gotitas de las nubes suelen contener en su interior microscópicas partículas (aerosoles) que han sido decisivas en el proceso de condensación del vapor de agua. Se llaman "núcleos de condensación". El IPCC considera (ver de nuevo el gráfico de abajo) que los "aerosoles" de origen antropogénico —la "contaminación", el humo, el cielo amarillo— han hecho que las nubes que contribuyen a formar hayan enfriado el clima unos 0,7 W/m2, pero con una incertidumbre (ver la barrita) que hace que el enfriamiento pueda haber sido de hasta casi 2 W/m2 (más que el calentamiento del CO2).

El IPCC por ahora no dice nada de la posible evolución de otros núcleos de condensación, por ejemplo la de los aerosoles de azufre marino. Hace pocas semanas la revista Science publicaba un artículo de unos investigadores catalanes (hace unos años lo hizo Nature) en el que se trata de la evolución en la producción marina de dimetilsulfuro. Este gas lo emite el plancton vegetal marino. En la atmósfera se convierte en sulfatos, y estas moléculas arracimadas de sulfatos sirven de núcleos de condensación y fabrican sobre los océanos nubes bajas. Las nubes bajas enfrían la superficie. Según estos investigadores, que ratificarían una teoría parecida publicada allá en 1987 por los míticos Charlson y Lovelock, cuando el Sol pega más fuerte aumenta el dimetilsulfuro, con lo que aumentarían las nubes bajas. Y la superficie, por un efecto de feedback negativo, se enfriaría.

Por otra parte, estos días también retoma fuerza la teoría danesa de que la disminución de la radiación cósmica durante el siglo XX ha contribuido a que hayan disminuído las nubes bajas. Ese tipo de radiación contribuye a hacer más efectivos a los aerosoles del aire en su labor de núcleos de condensación. Lo comentaré otro día.

ref.: Vallina S. and Simó, R., 2007, "Strong relationship between DMS and the solar radiation dose over the global surface ocean", Science, 315, 506-508
(nota: el dibujo lo he sacado de otro artículo. Todd J. et al, 2007, "Structural and regulatory genes required to make the gas dimethyl sulfide in bacteria", Science, 315, 666)