En las semanas que se reunía el Concilio de Copenhague para discutir y decidir, sin éxito, sobre un tratado que sucediera al de Kyoto (que siguiese condenando al CO2 y al carbón), el gobierno británico aprobaba sin mucha publicidad varios proyectos de gasificación subterránea de carbón.
Uno de estos proyectos, de resultar factible, permitiría la explotación de las vetas de carbón existentes en el subsuelo de la bahía de Swansea, en el País de Gales. Entraríamos así en una era en la que ya, sin minas ni mineros (el sueño de Thatcher y de los ecologistas), no sólo se explota el carbón continental sino también el carbón costero, como se hace con el gas y el petróleo.
La gasificación del carbón in situ permite la obtención de un gas combustible, el syngas, de composición parecida al que se fabricaba, antes del triunfo del gas natural, en las fábricas de gas de las ciudades. A partir del carbón y añadiendo oxígeno y vapor de agua se obtiene una mezcla de monóxido de carbono e hidrógeno (syngas) que con metano y otros compuestos es parecido al tradicional "gas ciudad".
Además, la gasificación subterránea del carbón, si se destinase a abastecer de syngas a una planta eléctrica que fuese capaz de separar el CO2 producido, podría facilitar el almacenamiento de este gas licuado en los depósitos subterráneos vacíados previamente de carbón.
¿Tecnología ficción? No tanto. De hecho los países más interesados en el desarrollo del uso "limpio" del carbón son nada menos que Estados Unidos, China y Alemania.
Pongo a continuación un enlace gráfico, que recomiendo, sobre el funcionamiento del sistema (pinchen y luego no se olviden de darle al next).