Llevé un sensor portátil de CO2 a la última charla. Vinieron unas 80 personas. Medí 500 ppm (partes por millón) al comienzo y subió a 1.300 ppm al poco rato. Otro día, domingo, aburrido, entré con el sensor en la catedral del Buen Pastor a las cinco de la tarde, cuando no había casi nadie y la última misa había acabado varias horas antes. Recé un poco y medí 1.200 ppm.
El CO2 no es un contaminante. No es un gas tóxico ni venenoso. En el aire libre hay unas 400 ppm pero en cualquier aula se llega a las 1.500 ppm al finalizar una clase y, a pesar de ello, profesores y alumnos salen indemnes cuando toca el timbre o la campana. En nuestros pulmones la concentración suele alcanzar las 50.000 partes por millón, un 5% del aire que expiramos. Al cabo del día, cada persona emite alrededor de 1 kilogramo de CO2, que es parecido a lo que emite un coche en un recorrido de entre 5 y 10 kilómetros.
El incremento del CO2 en el aire libre, unas 2 ppm al año, no entraña ningún riesgo, ni para el crecimiento de las plantas, ni para la salud de los animales. Para la fotosíntesis es bueno.
Asunto diferente es que ese aumento provoque un catastrófico cambio climático, en el que sólo creen cuatro (billones) de imbéciles.