Desde hace millones de años, proliferan en la superficie de los océanos, hasta donde llega la luz, miríadas de algas microscópicas de forma esférica, llamadas cocolitóforos, que dan a veces, en las épocas de "bloom" biológico, una tonalidad blanquecina a las aguas.
Estas algas minúsculas (Emiliania Huxleyi es la más abundante) tienen un caparazón duro formado por plaquetas calcáreas o cocolitos y una parte interior blanda de carbono orgánico fotosintético (CO2 + luz +agua).
Los cocolitos del caparazón se forman por precipitación de carbonato cálcico (CaCO3) a partir de los bicarbonatos y de los iones de calcio, y en su formación, a diferencia de lo que ocurre con la de sus partes blandas, se libera CO2 al agua.
Gran parte de todas las rocas calizas de la superficie terrestre se han ido formando a partir de la sedimentación marina de estas plaquitas calcáreas. Los blancos acantilados de Dover son el mejor ejemplo.
De las emisiones humanas de CO2 a la atmósfera se cree que una tercera parte va a parar al mar en donde en parte es disuelto en el agua formando iones de bicarbonatos y carbonatos esencialmente, y soltando iones de hidrógeno que la hacen más ácida (o menos básica).
Hay dudas y estudios contradictorios sobre cómo esta acidez perjudica o no a la calcificación de estas algas, a la de los corales o a la de otras especies con concha. Un reciente artículo en Nature parece mostrar que los cocolitóforos saben modificarse y adaptarse a las variaciones del CO2 en el agua. Eso explicaría que hayan resistido épocas mucho más calurosas y de aguas con mucho más carbono disuelto que el que hay ahora, como el Maximo Térmico del Paleoceno-Eoceno, hace 55 millones de años, cuando aún nosotros, los malos, no estábamos.