Ha habido otras épocas en la historia de las ideas en las que el factor climático también ha estado de moda. Durante el siglo XVIII la fascinación climática llegó a su máxima expresión en la obra de Montesquieu: "Del espíritu de las leyes" (1758).
Escribe el aristócrata que muchas diferencias legislativas existentes entre unas naciones y otras se derivan de sus diferencias climáticas. Dedica toda una parte de su obra a intentar demostrar esta "teoría de los climas" que antes habían esbozado otros autores. Las cosas que escribe sobre la relación entre los climas y las leyes resultan más bien ridículas, pero contribuyeron al éxito del libro, que en poco tiempo tiró más de veinte ediciones .
Según Montesquieu en los climas fríos las fibras musculares se endurecen y el "jugo nervioso" circula peor. Las terminaciones nerviosas no funcionan. Por eso en Inglaterra sus habitantes no sienten casi ni dolor ni placer y son duros y vigorosos. Y se suicidan mucho, incluso alegremente. Por el contrario, en los climas cálidos, como el de España, las fibras musculares se dilatan, el "jugo nervioso" circula demasiado rápido y la gente es hipersensible al dolor y al placer. Nos suicidamos menos, pero no porque seamos más virtuosos o felices sino porque el clima nos hace ser más blandos y más cobardes.
Las leyes surgen y deben acomodarse a estas circunstancias nacionales derivadas de cada clima. Está claro, escribe, que en algunos países, en los de clima cálido, hay razones para deshonrar legalmente a los suicidas, pero en otros, en los de clima frío, deben considerarse como si fuesen producto de una demencia nacional, sin culpa.
Y lo mismo con los borrachos. En Alemania, por ejemplo, debido al clima y para que no se coagule la sangre es necesario beber mucho licor y mucho vino. De tal forma que se puede decir que existe allí una cierta "ivrognerie de la nation" (una borrachuza nacional persistente) que hace que los borrachos alemanes sean inocentes. En cambio en España, un borracho se emborracha por elección, y no por costumbre, y merece ser castigado ("Un Allemand boit par coutume, un Espagnol par choix").
Montesquieu aporta otros ejemplos bastante graciosos que explican, según él, la base del espíritu de las leyes y sus diferencias nacionales. No faltaron en su tiempo las opiniones escépticas y una de ellas fue la de Voltaire. Aunque algo temeroso de criticar directamente a Montesquieu en este asunto, Voltaire dedica una de las voces de su “Diccionario filosófico” a la palabra “Climat”, en la que en varias páginas rebate con humor la fascinación exagerada que la “teoría de los climas” ejerció entonces sobre diversos ilustrados y que, con alguna variante, sigue ejerciendo en muchos ilustrados ahora.