En cuanto al incremento de la temperatura existen aún muchas incertidumbres en las formulaciones utilizadas a medio y largo plazo, especialmente en lo que respecta al papel del vapor de agua y de las nubes y también en lo concerniente a la variabilidad interna y natural del sistema climático, tanto por cambios en la actividad solar como por variaciones de las corrientes superficiales y profundas de los océanos. Por lo tanto no se sabe a ciencia cierta cuánto tiene que ver el efecto invernadero provocado por el incremento del CO2 en la subida final de temperatura, si mucho, poco o nada.
2. Energías alternativas y medidas fiscales
De cualquier manera, la principal propuesta para evitar las beneficiosas emisiones de CO2 es la sustitución de los combustibles fósiles por otras fuentes de energía. En especial, en el campo de la producción eléctrica, las energías alternativas que cuantitativamente más podrían aportar al cambio a medio plazo son la energía nuclear y la hidroeléctrica.
La energía nuclear tiene serios incovenientes ecológicos y políticos, por sus riesgos de accidente como se ha comprobado en Fukushima, por la gestión de los residuos radioactivos y por el enriquecimiento del uranio que va ligado a la proliferación de las armas nucleares.
La energía hidroeléctrica, por su parte, exige la alteración de los ríos y las cuencas en las que se construyen las presas.
La energía eólica y solar (más aceptables por la opinión oficial ecologista), sólo pueden aspirar, a escala global y en el plazo de un par de décadas, a sustituir a los combustibles fósiles en un pequeño porcentaje en la producción eléctrica.
La segunda estrategia sería intentar un menor consumo global de combustibles fósiles, una "decarbonización" de la economía, que se conseguiría mediante políticas fiscales mundiales que tasasen aún más la utilización de esas energías. Es obvio que para ello los gobiernos deberían subir aún más los precios de la gasolina, de la electricidad y del gas de calefacción. Y los impuestos globales al carbono frenarían probablemente el crecimiento de los grandes países emergentes, como China, atacando su comercio y sus exportaciones*.
3. Sobre la eficiencia energética y la competencia entre los combustibles fósiles
En la era precedente a la subida espectacular de los precios del petróleo de 1973 la eficiencia energética mejoraba lentamente, pero desde que los precios se multiplicaron, el empeño puesto en la investigación en los campos del transporte, de la industria y de los edificios, hizo que mejorara espectacularmente. Así, por ejemplo, en el año 2000 el consumo eléctrico de un frigorífico era la cuarta parte del que tenía uno similar en el año 1975, o el consumo de gasolina de un automóvil, menos de la mitad del consumo de un automóvil del mismo peso en 1975. En realidad, en todos los campos de la producción, no sólo industrial, sino también agrícola, las mejoras de eficiencia han sido y pueden ser un paliativo importante al previsible crecimiento de las emisiones que resultarán del desarrollo económico durante el siglo XXI de grandes naciones como China, India o Brasil.
Uno de los caminos elegidos para intentar disminuir las emisiones de CO2 ha sido el ir dando preponderancia a la utilización del gas natural (que se compone fundamentalmente de metano, CH4) sobre el fuel-oil y el carbón en la generación eléctrica. Por unidad de electricidad producida, las emisiones de CO2 de las centrales térmicas de gas (ciclo combinado) son entre un 30 y un 40 % inferiores a las que utilizan fuel-oil o carbón. La combustión de gas natural para la obtención de energía eléctrica emite aproximadamente 500 gramos de CO2 por cada kWh producido, el petróleo 700 gramos por kWh y el carbón 900 gramos por kWh. De todas formas, en el balance final de la eficiencia del gas natural frente al carbón no hay que olvidar los escapes que se producen en las explotaciones y durante el transporte por los gasoductos. Como el metano tiene un poder de calentamiento molécula por molécula muy superior al CO2, estos escapes de metano, en lo que se refiere al efecto invernadero, pueden provocar que en la práctica no haya ventaja en la sustitución de las centrales térmicas de carbón por otras de gas metano. Estos escapes de gas natural no utilizado, a veces voluntarios, son no sólo de metano, sino también de CO2 , ya que el gas natural en origen suele contener un 20 % en volumen de CO2, (como subproducto del que es necesario deshacerse antes de producir un gas natural de calidad, que queme bien, y que sea susceptible de ser transportado por un gaseoducto).
Hasta hace pocos años se temía que los recursos de gas se agotarían con rapidez, pero las nuevas técnicas de perforación horizontal y fracturación hidráulica han permitido las explotaciones de gas de esquisto, o de pizarra (shale gas), que son muy abundantes en diversas partes del mundo. Allí en donde estas técnicas son aceptadas políticamente, haciendo caso omiso a las denuncias ecologistas, la extracción ha aumentado recientemente de forma espectacular. Por ejemplo, en Estados Unidos, que se ha convertido en el primer productor de gas natural del mundo, superando a Rusia.
En el sector del transporte, el petróleo sigue siendo esencial, aunque el etanol le come terreno en países como los Estados Unidos y Brasil. Hasta que no se encuentren y se comercialicen nuevos métodos de propulsión de los vehículos, a gas o eléctricos, el incremento del parque mundial de autómoviles clásicos de gasolina hará que las emisiones netas de CO2 sigan aumentando en las próximas décadas. De aquí al 2050, por lo menos. En cuanto a las reservas de petróleo, las técnicas de explotación de las pizarras o de los esquistos que contienen kerógeno (shale oil) han permitido que de nuevo aumente la producción en países como Estados Unidos, gracias especialmente a los nuevos campos de Texas y Dakota del Norte. Además, por métodos más clásicos, se han descubierto nuevas bolsas de petróleo en diversas regiones del mundo, como recientemente ha ocurrido en las costas de Brasil. La mejora de las técnicas de perforación han permitido la explotación de enormes depósitos del subsuelo marino, off-shore, en lugares en donde la lámina de agua marina antes hacía imposible su explotación. Además la explotación de crudos pesados y de arenas bituminosas, como en Canadá o en Venezuela, disipa o aminora la preocupación que existía hace unos años sobre su escasez a corto plazo.
Si el petróleo sigue siendo esencial en el sector del transporte, el carbón lo sigue siendo en la producción mundial de electricidad. Sus reservas conocidas son muy importantes, suficientes para ser explotadas durante siglos, y su producción aumenta cada año gracias a nuevas explotaciones en China, Australia, Mongolia, Indonesia, Colombia, Sudáfrica, etc. No es de esperar, en países tan importantes como China o la India, que su utilización decline pronto. Cada año en China se construyen unas cien centrales térmicas de carbón con una capacidad total de 75.000 MW (cifra equivalente a casi dos veces la electricidad punta consumida en España). La mejora de la eficiencia de las centrales térmicas de carbón podría incluso hacerlas aún más rentables frente a otras fuentes de electricidad.
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*Lo que probablemente es uno de los deseos subconscientes de los rescoldos del imperialismo europeo, hoy representado por Bruselas y por los sicofantas ecologistas. Marx escribió a propósito de Malthus (precursor ecologista) que era un "desvergonzado sicofanta de las clases dirigentes". Los sicofantas, en la antigua Atenas, eran una plaga de denunciadores profesionales, que solían ser representados en la obra de Aristófanes como los secuaces del populismo y la demagogia. Algo parecido a lo que hoy hacen las organizaciones ecologistas a diario en los medios de comunicación de cualquier tipo y rango, la denuncia, sin que los acusados suelan tener generalmente apenas oportunidad de defenderse.