El incremento de la concentración de metano en la atmósfera desde la revolución agrícola e industrial ha sido en términos porcentuales bastante superior a la del dióxido de carbono. En los dos últimos siglos la concentración de metano se triplicó. Se pasó de unas 0,6 ppm (número de moléculas de metano por cada millón de moléculas de aire) a principios del siglo XIX a más de 1,8 ppm en la actualidad. Mucha de la culpa la tienen las vacas y el arroz.
Su concentración es, sin embargo, unas doscientas veces menor a la del CO2, que pasó de unas 280 ppm a unas 390 ppm en la actualidad. Aunque molécula por molécula el metano provoque un efecto invernadero de 20 a 100 veces superior al CO2 y aunque se haya triplicado su concentración, su incremento ha provocado la mitad del calentamiento que ha provocado el CO2 (0,7 W/m2 contra 1,4 W/m2 el CO2).
Dios, en el cielo, verá las curvas del metano y del CO2 y estará contentó ("Procread y multiplicaos, y henchid la Tierra", Génesis I), pues tanto el metano como el CO2 van ligados a la vida y, en especial, a la vida humana.
El clérigo Malthus, en el infierno, verá las curvas y se pondrá rabioso ("Ni procreéis, ni os multipliquéis, y no dejéis huella de carbono", algo así, más o menos, predicó allá por el siglo XIX, cuando la población humana no era ni la quinta parte de la actual y la esperanza de años de vida era la mitad).
¿Con quién está usted, con Malthus o con Dios?