Así fue cómo, hace dos años, en plena campaña electoral, se fue a la factoría que la empresa Gamesa tiene en Pennsylvania. Aburrió a ovejas y a operarios con un discurso que no se lo creía ni él. Hoy parte de esos operarios se han ido al paro, pues a Gamesa, tanto aquí como allí, le va fatal.
Pero hace unos días Obama pensó, sin decirlo, "ya vale, ya". Voló miles de millas a Oslo, Noruega, el día 10, a recibir el premio Nobel de la Paz, mientras los sinsorgos de Copenhague, a tiro de piedra, ya estaban reunidos en la capital danesa. Podría haber dado un saltito en helicóptero y presentarse allí, pero le dio tal pereza pasarse por la carpa de la ONU que retrasó el asunto y se volvió a Washington otra vez. Aunque tuviera que cruzar el Atlántico, qué remedio, de nuevo una semana después. Bueno, más CO2, más fertilización.
Por fin el 18, en Dinamarca, con la cara acartonada de cansancio y malestar, se reunió un rato en la cafetería con la cuadrilla de plomos europeos (Brown, Merkel, Barroso y demás, uf!). Y sin Berlusconi, encima.
En cuanto pudo los dejó, se fue a hacer pis, y se coló en otra sala en donde, menos mal, charlaban políticos de más fuste, más relajo y más humor. Con aquellos presidentes de China, India, Brasil y Sudáfrica acordó, qué risa, el tratado mágico del "prohibido que la Tierra se caliente dos grados más" .
Luego se excusó de que también estaba nevando un montón en Washington, de que Michelle estaba preocupada y no podía esperar más. Merry Christmas y adiós.